Gladys Aylward, una intrépida misionera británica, creó en China un albergue para acoger a los agotados y hambrientos viajeros que recorrían las montañas. Consiguió, además, ganarse la confianza y la admiración de los hostiles nativos, enamorar a un coronel euro-asiático y convertir al cristianismo a un poderoso mandarín. Pero su mayor hazaña la logró cuando en 1938, ante la inminente invasión japonesa, Aylward llevó a cien niños sin hogar a través de las montañas a un lugar seguro
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